En su sesión final, La Casa de Las Flores nos regaló personajes de mujeres únicos que recordaremos por siempre.
Si bien hay que decir que ninguna de las actrices no merece todos los aplausos, destacamos los trabajos de cuatro de ellas que brillaron a todo dar.
Paulina – Cecilia Suárez
Cuesta imaginar lo que habría sido esta serie sin Paulina: hilo conductor, reina de los errores, maga componedora, plena de pathos…
Su papel va más allá del peso que le fue diseñado en la trama.
Y esto es posible gracias a la actriz que lo interpreta. El registro emocional de Cecilia Suárez y su dominio de la escena se imponen de manera insoslayable.
Su manejo de los vínculos es cercano y creíble. Su energía jamás decae.
En estos últimos episodios creció, se reafirmó y se consolidó como la reina del drama.
María José – Paco León
Con su María José, Paco León no hace una caricatura trans, hace una digna -con todo y que comedia- interpretación trans.
Lo que fue logrando y construyendo León no resultó para nada igual a aquellas imitaciones con las que lo conocimos como Raquel Revuelta. En absoluto: aquí no imita; sencillamente, es.
Más que nunca en esta última parte su personaje acabó por ser la única cuerda y madura en todo este rollo de gente alocada.
Purificación – María León
María León es hermana de Paco. En la pantalla y fuera de ella.
Pero en su rol en La Casa de Las Flores es una con desórdenes de personalidad.
Bien aparte de los lugares comunes que en este tipo de papeles pueden encontrarse, si hay algo que asombra de su construcción de este rol es cómo consigue un arrollador equilibrio entre el horror y la comedia.
Porque dentro de todo lo divertido de las situaciones, esta mujer, cuando se descoloca, asusta en serio.
Virginia de la Mora – Isabel Burr
Para quienes aún no lo saben, esta entrega final del seriado propone un interesante viaje al pasado.
En este, existió una Virginia de la Mora -esa que conocemos por Verónica Castro– joven, voluble y presa de las limitaciones convencionales anquilosadas de su familia. O, más bien, de las de su madre.
Ponerle la piel a esa adolescente de los 70 fue un reto que se le encargó a Isabel Burr.
Pues bien, Barr logró un trabajo más que notable: orgánico, en su reflejo de los conflictos internos de la chica que personifica; prolijo en la época que representa.
A esto hay que sumarle que a la actriz no le cuesta nada que la cámara la ame.
Gran cierre nos dio este programa: un gran asomo muy bien logrado a otra época; una crítica -entre broma y broma- a ciertas taras de la sociedad, como la homofobia o el clasismo; una mirada a lo que hace familia a una familia; un espaldarazo a la inclusión y una producción de alta factura.
Puede que no haya podido profundizar en cada uno de los temas que propuso pero que una serie que nos promete pura diversión haya encontrado la manera de tocarlos, es para agradecer.
Se va a extrañar a los De la Mora y sus locos y dramáticos asuntos.